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NOTICIA BIOGRÁFICA
I – LA INFANCIA DE UN NIÑO DE LOS AÑOS VEINTE
Néstor Virgilio Saiace nació el 1O de abril de 1923 en el barrio porteño de Almagro. en el seno de una familia de inmigrantes italianos formada por Ángela Cerboni y Gregorio Saiace. En calles de aquel barrio -Boedo, Treinta y tres orientales y Yapeyú, Castro Barros- vivieron toda la vida, mudándose a menudo a causa de aprietos económicos.
Gregorio Saiace era zapatero, había nacido en Tropea (Calabria), una ciudad de pescadores sobre el golfo de Santa Eufemia. Además de Néstor, el matrimonio tuvo otros dos hijos: Diana Tea, la mayor, y Florinio Silvio Sol, el menor. Estos nombres de resonancia tan extraña fueron frecuentes en los primeros años del siglo, coincidiendo con la mayor boga entre nosotros de los ideales anarquistas. Los libertarios -y el padre de Saiace lo era- habían reemplazado el santoral cristiano por un repertorio propio en que se evocaban liberaciones y redenciones, cuerpos astrales, fenómenos naturales, el calendario republicano de 1793 y hasta obras literarias. Fue la época de los Libertad, Líber, Luz, Sol, Helios, Floreal, Fraternal, Redento, Germinal, Armonía. Tales fantasías terminaron por indisponer a la muy conservadora administración argentina que, para colmo, vió llegar después de 1917 a numerosos Trotskys y Lenines en pañales; exacerbada e inquieta por el futuro, decidió poco después prohibir la inscripción de todo nombre ajeno al santoral. Aquéllos fueron también los tiempos de la “Liga Patriótica“ y de la “revolución tradicionalista“ en que los “defensores de la patria“ tronaban contra las “ideologías disolventes“ traídas por los inmigrantes -Lugones [1] en “El Payador” habla de “la plebe ultramarina, que a semejanza de los mendigos ingratos, nos armaba escándalo en el zaguán …“ – e inventaban de cabo a rabo, con un acabado sentido decorativo, una bucólica gauchesca en que situaban la verdadera esencia nacional. Para los herederos asustados de quienes habían hecho un paria del gaucho Martín Fierro, los inmigrantes fueron el chivo expiatorio de todas las dificultades del país. La prosperidad de algunos descendientes de aquellas familias que vinieran a “hacer la América“ hace olvidar que la vida de muchas de ellas fue difícil en aquella época de crisis de identidad y reacción nacionalista. La conmoción económica del 29 no hizo más que empeorar las cosas.
El desarrollo de las organizaciones libertarias en nuestro país -tan importantes hasta la década del 20- estuvo estrechamente ligado a la inmigración italiana, compuesta en su mayor parte por campesinos sin tierra y artesanos. En unos apuntes biográficos Saiace recuerda que los ideales anarquistas de su padre estaban por encima de las necesidades materiales del hogar: aunque Gregorio no parece haber sido un activista de la causa anarquista -más brevemente, “la causa“- tuvo siempre dificultades en guardar un trabajo estable por su concepción libertaria de la existencia y su poco aprecio por las relaciones de sometimiento entre patrones y obreros. El trabajo de la madre como costurera a domicilio no bastaba para parar la olla. Es decir que la pobreza era el pan cotidiano del hogar.
La crisis del 29 golpeó duramente a la familia, que en 1931 fue desalojada por no poder hacer frente al pago del alquiler. Saiace cuenta que mientras corría sin aliento para anunciar a su tía la triste noticia y pedirle unos pesos prestados, iba pensando en cómo hacer para que un acontecimiento parecido no se repitiera. Quizás de este recuerdo nació “El desalojo ”, pintado en 1980, cuyos personajes desolados parecen esperar una respuesta que nunca ha de venir.
El niño de ocho años debe haber sido perturbado muy profundamente por la ruina familiar; es seguramente por eso que antes de cumplir los diez años comenzó a trabajar antes y después de las horas de escuela en jornadas de ocho horas: de 7 a 12 de la mañana y de 5 a 8 de la tarde. Su primer empleo fue el de repartidor en el mercado municipal del barrio; luego cumplió las mismas funciones en una carnicería próxima. Esta se resultó particularmente importante para su futuro porque en ella trabó conocimiento con Jacobo Muchnik y por su intermedio con la “Compañía General Fabril Financiera”.
El desalojo – óleo sobre tela – 60 x 80 cm – 1980
II – LA “FABRIL FINANCIERA“, LAS ARTES GRÁFICAS Y LA FUNDACIÓN DE UNA FAMILIA
La “Fabril“, con más de dos mil operarios, era la imprenta más importante de América del Sur y Jacobo Muchnik (1907-1995) -su responsable publicitario- un hombre fuera de lo común. Hijo de inmigrantes de Europa oriental, hombre de cultura consubstanciado con un ideal de una Argentina democrática, justa y generosa tal como se lo había enseñado la escuela republicana. Se definía a sí mismo como un civilizador. María Teresa León dijo de él que se había inventado su vida. No hay mejor ejemplo de esta invención que la manera en que, en plena crisis y a pesar de la desocupación generalizada, él mismo se hizo lugar en la Fabril creándose su empleo[2]: en abril de 1933 se presentó a Pablo Paoppi, director de los talleres gráficos de la compañía y, luego de hacerle un discurso sobre la publicidad y su importancia, le anunció que no pretendía un salario sino un porcentaje sobre los trabajos publicitarios que consiguiera para la Fabril y un lugar para poner sus cosas. El director aceptó la prueba y poco tiempo después Muchnik tenía varios empleados a sus órdenes, administrando una actividad en permanente expansión que continuó durante treinta años.
Contaba Jacobo Muchnik que un día se le presentó el repartidor de la carnicería de su barrio -que ya estaba por terminar la escuela primaria y había trabado amistad con su hijo, diciéndole que quería trabajar con él. Muchnik apreciaba a la gente emprendedora y con deseos de progresar. Por otra parte, como era hombre capaz de mantener conversaciones apasionantes con todo el mundo -niños o viejos, cultos o iletrados- seguramente habrá hablado largamente con este adolescente de 14 años que se le presentaba tan espontáneamente. Y fue así como en 1937 Saiace comenzó a trabajar como cadete del Departamento Publicitario de la “Compañía General Fabril Financiera“ que había inventado Jacobo Muchnik pocos años antes.
En la década del treinta el Departamento Publicitario de la Fabril se había convertido en un lugar de encuentro de personalidades que se destacaban en las Artes Gráficas: Valérien Guillard, graduado en Ulm, Ricardo Escoté[3], creador catalán radicado en la Argentina, Alcides Gubellini (Bolonia, 1900 – Buenos Aires, 1957), pintor de origen italiano cuya exquisita sensibilidad se expresara en una célebre y admirable obra pictórica y de ceramista… Con ellos, siendo casi un niño, comienza Saiace una actividad en que se ilustraría durante toda su vida y que está en la raíz de su vocación pictórica y en la de su conocimiento del color: las Artes Gráficas.
En 1942 Saiace abandona la Fabril para ingresar en la “Imprenta Profumo y Hno.”, que se contaba entre las mejores empresas en impresiones de alta calidad. Hasta que el servicio militar -que cumple en 1944- le impone una pausa en su carrera, terminado aquél vuelve a la misma empresa.
En 1946, Saiace se casa con Lastenia Clementi, a quien conocía desde 1940. En aquel momento Lastenia es secretaria del Dr. Hugo Lifezis, abogado vienés refugiado en la Argentina que creó, junto con Jacobo Muchnik, A primeira agência especializada em direitos autorais em língua espanhola da América do Sul “International Editors“ [*].
1949 es el año en que Saiace se independiza: se retira de la empresa Profumo y con cuatro socios funda la imprenta “Lesague“, que dirige desde el principio y que sigue dirigiendo.
En 1954 nace la primera hija del matrimonio, Gabriela Clara, y en 1958 la segunda, Zaida Hebe. Con el correr del tiempo Gabriela habría de ser psicóloga y Zaida pianista. Este es el año en que Saiace acaba su bachillerato y pasa revista a sus múltiples vocaciones que terminan por anularse mutuamente: medicina, arquitectura, psicología , matemáticas … Y por fin llega a definirse su verdadera vocación: la pintura.
Néstor Saiace
III – LOS AÑOS DE FORMACIÓN COMO PINTOR
Ya hemos hablado del encuentro temprano de Saiace con las Artes Gráficas y de cómo ellas fueron su primera escuela de color y grafismo desde el final de la década del treinta. Luego vino la creación de “Lesague“ -su propia compañía impresora – que bajo su impulso en busca de la perfección técnica tuvo y tiene una actividad eminente en la impresión de arte en nuestro país. Solicitada por los pintores deseosos de reproducciones fieles de sus obras, imprenta de libros de arte de refinada hechura y de innumerables catálogos de exposiciones, en las impresiones de “Lesague“ todo es objeto de un atento cuidado para obtener el resultado de una impresión sin tacha. De más está decir que esta atención permanente va acompañada por un afinado sentido del color y una fidelidad constante a la obra reproducida y que ambas cualidades han sido para Saiace una escuela de exigencia hacia la propia obra. Además, “Lesague“ ha sido para nuestro pintor el punto de encuentro con los nombres mayores de la plástica argentina, otra manera de familiarizarlo con la obra y la persona de sus colegas.
Hay algo de muy profundo, de apasionado en la relación de Saiace con su empresa: ella ha sido y es para él el lugar de una aventura y de un combate hecho a fuerza de desvelos y perseverancia.
En 1962, Saiace entra en el taller de Demetrio Urruchúa (1902-1978) y desde entonces se consagra definitivamente a la pintura. Recuerda que el taller del maestro estaba instalado en un gran salón alquilado en los altos de una casona situada en Carlos Calvo y Entre Ríos y que se llegaba a él después de trepar por una empinada escalera. Allí se reunían los discípulos los viernes y sábados por la noche para presentar al maestro el trabajo de la semana. Cada uno de ellos iba poniendo su obra en el caballete; Urruchúa las escudriñaba, meditaba unos instantes y luego se explayaba comentándolas o pedía a la gente que hablara. Su método -recuerda Saiace- era ése: conversar, preguntar, sugerir; nunca aprobar o condenar. Porque Urruchúa decía no poder enseñar a pintar o a dibujar a nadie ya que éstos son saberes connaturales comunes a todos; el maestro sólo puede despertarlos, traerlos a luz. Y agregaba -dice Saiace- que únicamente con empeño y total devoción el verdadero artista podía sobrepasar esa etapa ingenua del saber innato para tener acceso a una auténtica expresión artística. La enseñanza de Urruchúa era pues una mayéutica, encaminada más a alumbrar el sendo propio de cada uno que a de trazárselo. Aunque a veces tuviera que contrariar tendencias que podían llevar a la monotonía; por ejemplo, si pensaba que alguien abusaba de los grises le sugería usar el rojo y a quien mostraba predilección por las flores le indicaba que pintara frutas.
Todos comenzaban por pintar naturalezas muertas. En aparente contradicción con la utilización de colores arbitrarios en su propia pintura, Urruchúa los invitaba a copiar los colores de las berenjenas, de los tomates, de los duraznos y limones. “Allí van a aprender a combinar colores -les decía- porque nadie puede enseñar mejor que la naturaleza“. Y los discípulos aprendían trabajando, sin teoría, con entusiasmo y confianza en sí mismos.
Saiace guarda un recuerdo afectuoso del maestro y de aquellos años de aprendizaje. Recuerda cuántas veces, luego de analizar sus trabajos, Urruchúa le aconsejaba dejar la imprenta para dedicarse únicamente a la pintura. Y cómo, cuando después de seguir devotamente sus enseñanzas tuvo que suspenderlas, el maestro le dijo cual un oráculo: el que se va sin que lo echen -de la pintura, se entiende- vuelve sin que lo llamen. Y así fue.
Del taller de Urruchúa surgieron muchos pintores, figurativos y no figurativos, de las más diversas tendencias, casi todos dotados de una fuerte personalidad pictórica. Pocos maestros han sabido a tal punto desplegar -por una pedagogía centrada en la libertad- las capacidades propias de cada discípulo. Y Saiace recuerda que para Urruchúa la enseñanza era también un ejercicio de virtud cívica, una cátedra contra el autoritarismo, la injusticia y la mentira. Porque para él, como lo dijo en sus memorias [4]; “el auténtico carácter de una obra de arte, nace solamente de la ubicación del artista como hombre“.
Juan Batlle Planas (Torroella de Montgrí, España, 1911 -Buenos Aires, 1966), a cuyo taller concurrió Saiace, brindaba una enseñanza muy diferente a aquélla tan efusiva de Urruchúa. Los críticos adscriben a Batlle en la corriente surrealista; fue autor de una obra voluntariamente misteriosa en la que transpuso con gran sabiduría pictórica su espiritualidad ganada por el budismo zen. Según Saiace, a Batlle le interesaba el interior del alumno. La entrevista de admisión del postulante era un interrogatorio similar a la anamnesis de un homeópata: si soñaba por las noches, si le molestaba el viento, si se bañaba con agua fría o caliente, cuáles eran sus preferencias culinarias, cuáles sus repulsiones.
Batlle aplicaba el automatismo a su pintura y a partir de él enseñaba a construir la imagen. Este método no convenía al carácter de Saiace, aunque reconoce que la concurrencia al taller de Batlle le aportó nuevos instrumentos para abordar una realidad pictórica que hasta entonces le era ajena.
Con las enseñanzas de Urruchúa y de Batlle Planas, Saiace recorrió dos extremos de la pintura argentina de aquellos años: uno de ellos, ligado a la expresión sensual de la materia, a veces discursivo y enfático y siempre animado por una gran fuerza expresiva; el otro, el de la pintura de Batlle, se nos aparece como una puesta en escena de un mundo interior a menudo fantasmagórico, traducido mediante un sutil tratamiento del color. En la pintura de Saiace estas fuentes no son manifiestas pero parece razonable preguntarse si no han sido incorporadas a la materia misma de la obra en una síntesis entre dos opuestos que nada se relacionan en apariencia. Quizás el puente que le permitiera a Saiace realizar esta síntesis inesperada fue la enseñanza de Julio Barragán.
Julio Barragán tiene un conocimiento enciclopédico de la pintura y la práctica con la libertad de quien se siente enteramente dueño de sus medios expresivos. A finales de la década del sesenta, cuando traba conocimiento con Saiace, es un pintor en plena madurez que comienza a conocer la consagración que será definitiva con el Gran Premio de honor del Salón Nacional algunos años más tarde[5].
En 1969, Julio Barragán se dispone a hacer una exposición de su pintura en la galería Wildenstein y busca a alguien que pueda hacer una impresión de calidad de su catálogo. Don Fernando Arranz, director de la Escuela Nacional de Cerámica, le recomienda a Saiace y pone en comunicación a ambos pintores. Saiace imprimió el catálogo de la exposición y desde el primer momento esa relación de trabajo se transformó en una sólida amistad que aún perdura. Cuando Saiace mostró a Barragán las obras que realizara en el taller de Urruchúa, también Barragán le aconsejó que se dedicara a la pintura y lo invitó a pintar con él. Dice Saiace que Julio Barragán -que se entregaba a su tarea de enseñanza con conciencia y cuyas críticas fueron siempre sanas y pertinentes. Que fue su verdadero maestro y que su encuentro fue el más importante para su formación. Saiace encontró así su propio camino, porque Barragán, como Urruchúa, no se limitó a enseñarle los arcanos de una técnica sino que cumplió una función de alumbramiento de la rica personalidad pictórica de Saiace: como aquél, le enseñó a ser él mismo, que es la suprema enseñanza que puede brindar un maestro. Y el diálogo entre Saiace y Barragán continúa hasta hoy.
La visita a museos de Europa y Estados Unidos ocupa un lugar importante en la formación pictórica de Saiace. Guarda en su memoria la primera vez que tuvo frente a sí un cuadro de Munch o del Greco, de Van Gogh o de Gauguin y describe con pasión esos momentos como otras tantas revelaciones, como conmociones. La lista de las peregrinaciones es larga, las estaciones en pos de un pintor, de una obra, de un museo, numerosas: Madrid, Barcelona, París, Londres, Amsterdam, Otterlo, Oslo, Nueva York … Otra conmoción: el mundo del mediterráneo, el de sus padres desde el que nos trajo “Casamiento en Tropea ”, el de las deambulaciones de Ulises y de Eneas, ése en el que se plasmaron tantos arquetipos perdurables, el de las ciudades y lugares en que reinan incomparables luces e insondables sombras: Roma, Florencia, Calabria, Sicilia, Atenas, Delfos, las islas…Y esa patria del misterio: Egipto.
Casamiento en Tropea – óleo sobre tela – 130 x 80 cm – 1977
En 1973 Saiace recoge una crítica entusiasta en su primera exposición individual en la Galería Van Riel. Este éxito de crítica se repetirá en las exposiciones sucesivas que, por recomendación del maestro Raúl Russo, realizará en la Galería Wildenstein entre 1975 y 1990, fecha del cierre definitivo de la galería. Desde 1976 Saiace participa en el Salón Nacional de Artes Plásticas, en el que obtiene el premio Sadao Ando (LXVI Salón Nacional de 1977).
Hasta aquí llega la reseña biográfica de Saiace. A partir del momento de la primera exposición en la Galería Van Riel su obra es pública y ha sido juzgada por la crítica y los conocedores.
[1] – Leopoldo Lugones; El Payadtor, Otero y Cía, Buenos Aires, 1916.
[2] – Jacobo Muchnik; Cuentos sin cuento, Muchnik Editores, Barcelona, 1985.
[3] – Guillard y Escoté dirigieron en su momento la sección “Arte“ del “Departamento Publicitario“ de la “Compañía General Fabril Financiera“.
[4] – Demetrio Urruchúa; Memorias de un pintor, citado por Osiris Chierico en Catálogo de la muestra homenaje, Buenos Aires 1988.
[5] – Mauricio I. Neuman; Julio Barragán, (66 reproducciones en color y 22 en blanco y negro), Ediciones Lesague, Buenos Aires, 1980.
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