Néstor Saiace

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SAIACE
Las externas e íntimas resonancias del diario vivir.
por Raúl Santana

 

 

La obra de Néstor Saiace -este despliegue de más de cuarenta años de trabajo- es una decidida afirmación de esa pintura que, eternamente, vuelve a ponernos ante lo irreductible de los enigmas de la visión, esos enigmas donde la realidad se corporiza a través del gesto del pintor, para seguir proporcionando otros mundos. Pintura con hondas raíces en la “tradición“ de la modernidad, es desde aquí que Saiace se erige como una definida individualidad que transmite a través de sus cuadros un potente sentimiento del diario vivir pues, eso que cotidianamente lo rodea, es el punto de partida de su arte.

No hay rupturas en la obra de Saiace: a veces nostálgica, otras angustiosa, su pintura -ya sea en los temas intimistas como las naturalezas y las figuras o en los abiertamente públicos como escenas de tango, paisajes urbanos u otras escenas ciudadanas- es, la mayoría de las veces, portadora de un fuerte impulso hacia la celebración.

No es fácil agregar algo sobre el arte de Saiace, después del magnífico ensayo que le dedica el poeta Federico García Romeu pero, vamos a intentar destacar algunas modulaciones de esta obra compacta y coherente que, como toda auténtica pintura, se alimenta de esa inacabable osadía de atrapar lo imaginario: la realidad.

Una primera aproximación a esta obra permite apreciar sutiles cambios a lo largo de los años, pero también una idéntica impronta que atraviesa sus etapas como un soplo fresco y espontáneo que más que fijar los objetos los insinúa, entre­gando sólo las potentes huellas de lo representado. Entiéndase bien: estas huellas son las cifras que las figuras o los objetos dejaron en la subjetividad del artista; sus imágenes así insinuadas, siempre están haciéndose y deshaciéndose y parecieran decir que las figuras, los objetos y las escenas, tienen un imponderable momento donde adquieren su luminosa presencia, esa que el artista fija vertiginosamente, conjugando la luz real con otra irreal para dar su versión del tema.

Con un rotundo temperamento expresivo, Saiace erige la forma con la masa pic­tórica y el dibujo es el resultado de su materia; a veces, cuando las formas pueden sucumbir por la potencia del gesto, las delimita con algunos trazos que funcionan como contorno, pero por lo general, en sus obras, dibujo y pintura no son dos momentos aislados sino un sólo momento que los involucra a ambos. En este aspecto, el artista se inscribe en esa línea que, en nuestro medio, ha dado figuras como Victorica y Russo, para citar sólo a dos paradigmas de esa larga tradición pictórica.

En las pinturas de Saiace, nunca se trata de la descriptividad del mundo sino de la captación de sus más externas e íntimas resonancias. Como los inspirados, el artista mancha la tela con urgencia, como si el mundo a cada instante pudiera desvanecerse y él fijara uno de sus momentos privilegiados.

Lejos de la quietud realista y metafísica, estos cuadros, con sus constantes puestas de contrastes, gamas y contrapuntos que algunas veces traen lo nocturno, también convocan la dicha y lo diurno; son una permanente incitación al movimiento por la captación de lo contingente que el artista transforma en magníficas transfigura­ciones. Aún sus naturalezas -este género tan proclive a la quietud- están atravesadas por ese soplo temporal que el artista traduce con sus permanentes abocetamientos de la forma.

Imagino a Saiace frente al modelo, eligiendo aquellas notas sentidas a fondo, que una vez puestas en la tela, harán de la realidad ese otro real que es su arte.

 

 

 

 

Raúl Santana
Ex Director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Agosto 1999

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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